LOS METALES DEL MASÓN Vol. 2





Artículo publicado en la Revista digital masónica de la Asociación FIL-INFOS-LOGES del 16 de septiembre de 2024, en inglés, francés y español. 

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LOS METALES DEL MASÓN
Por Margarita ROJAS BLANCO M.·.M.·.

Entonces dicen: “HH.·., ya no estamos en el mundo profano. Hemos dejado nuestros metales en la puerta del templo. Elevemos nuestros corazones en fraternidad y nuestras miradas hacia la luz”.

 

Los he visto, te lo juro, decir con gran ceremonia estas palabras. Lo que muchas personas llaman ser fraternos consiste en elegir la masonería y quedarse ahí un rato a observar. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del taller. Tu dirás que eligieron la masonería porque-la-aman, yo creo que es al revés. A la fraternidad no se la elige, a la igualdad no se la elige, a la libertad no se la elige. Tu no eliges la insólita emoción de ese momento primordial de las pruebas, cuando sientes el sabor amargo en la boca.

 

Ya no estamos en el mundo profano” Una frase poderosa, un conjuro que promete un espacio limpio e iluminado, diferentísimo al que se acaba de abandonar. ¡Quimera! ¿Delirio?

 

Pero ¿qué pasa si lo que realmente sucede, es que encontramos nuevos metales en el taller? Metales diferentes, más pesados, oscuros, metales que llenan vacíos, metales que imitan a los del “mundo profano”, metales que parecen preciosos, pero son oropel.

 

¿Y si la luz es la de esos nuevos metales, corruptos y más pesados?

 

En la masonería existen unos símbolos metafóricos que representan principalmente los apegos materiales, las bajas pasiones, los prejuicios y son denominados como “los metales”. La principal motivación para identificarlos radica en qué para poder avanzar, el masón debe dejarlos atrás, afuera, o por lo menos lejos de la vista.

 

Los metales suelen ser densos, como, por ejemplo, la ansiedad que da el deseo de tener bienes materiales y en general riquezas, y son tremendamente distractores pues no permiten enfocarse en el trabajo interno, que finalmente es el que nos da la verdadera paz. Decía Borges que es muy triste el amor a las cosas, porque las cosas no saben que uno existe. El apego a las cosas es uno de los metales más densos con los que el masón se enfrenta.

 

Los prejuicios también hacen parte de los metales del masón, y a diferencia del apego, estos no son tan densos, sino que más bien son rígidos, poco maleables, nada flexibles.

 

Esa opinión o ese juicio previo, sobre algo o alguien, que generalmente no está basado en el conocimiento o la razón, sino en ideas preconcebidas, estereotipos o suposiciones, es un problema no solo para el masón, sino que en general hace parte de la condición humana, por lo que el masón está permanentemente alerta a no dejarse llevar por los sesgos que en un momento dado rondan su pensamiento. Un estereotipo lleva a una generalización, y toda generalización es violencia.

 

Hasta ahora no hemos visto nada diferente a las pasiones y tribulaciones mundanas de cualquier ser humano. No se necesita ser masón para saber que es preciso luchar contra estos sentimientos y necesidades autoimpuestas por los seres humanos, porque hace miles de años, por voluntad propia, pasamos de buscar abrigo, comida y sexo en las planicies del mundo prehistórico, a buscar ser reconocidos por los demás casi de manera patológica, logrando como la gran cosa, que nuestra vida se nos pase frente a los ojos mientras esperamos el transporte público cada día, todos los días, durante toda la vida. Y es por culpa del metal más peligroso que ronda las logias masónicas: el ego.

 

Uno de los principales metales del masón, y aquí si podemos decir que exclusivamente del masón, son los grados masónicos, sus títulos rimbombantes y la historia de un origen prestigioso y fantástico de la masonería, que con el paso del tiempo terminó creando divisiones, donde se buscaba unión.

 

La masonería exacerba los egos, potenciando los hábitos dañinos de los portadores de malos comportamientos que ingresan al templo. Así no lo sepan, (y es que no lo saben porque no leen), muchos masones gracias, o mejor, por culpa del Caballero de Ramsay, creen que “…después de su muerte, (del Maestro) el rey Salomón escribió en jeroglíficos nuestro estatuto, nuestras máximas y nuestros misterios, y este libro antiguo es el código original de nuestra Orden”.

 

En su famoso discurso pronunciado en la logia de San Juan el 26 de diciembre de 1736, Andrew M. Ramsay, acudiendo a su infinita creatividad, dijo entre otras cosas que Noé debe ser considerado como el autor y el inventor de la arquitectura naval, así como el primer gran maestro de nuestra Orden. El conocía “las ideas eternas” que se expresan en las proporciones del Arca. “La ciencia arcana fue trasmitida por medio de una tradición oral desde Noé hasta Abraham y los patriarcas, el último de los cuales llevó nuestro arte sublime a Egipto. Fue José quien dio a los egipcios la primera idea para la construcción de los laberintos, de las pirámides y de los obeliscos que se han admirado en todas las épocas. Es por esta tradición patriarcal que nuestras leyes y nuestras máximas se difundieron en Asia, Egipto, Grecia y entre todos los Gentiles”. Tal “ciencia arcana transmitida por tradición oral” y “la ciencia secreta” del “misterioso libro de Salomón” o las “palabras misteriosas del rey Salomón”.

 

288 años después del discurso del Caballero de Ramsay, son muchos los Masones que realmente creen que son el Maestro Elegido de los 15, el Príncipe de Jerusalén, el Gran Pontífice, el Jefe del Tabernáculo, el Príncipe de la Misericordia o hasta el Gran Arquitecto del Universo y al final terminan siendo solo Grandes inquisidores.

 

Este es el principal metal de la masonería: el ego y es un ser vivo que habita en las logias y se alimenta de los demás hermanos. El culto al yo está presente. El titulo inventado, la medalla rebuscada, la condecoración no merecida, lo único que ha logrado en algunos masones, (porque hay que decir que no en todos) son divisiones, rencillas, discordias, intrigas, conspiraciones y todo tipo de traiciones, donde la fraternidad quedó afuera del templo y el metal más pesado, el ego, vive en el ajedrez de la logia.

 

Lo bueno de la masonería, es que así mismo, el que llega con virtudes la masonería también se las exacerba y se las potencia. Por tal razón vemos en los talleres hermanos que realmente se despojan de los metales y los dejan afuera del templo, para entregarse por completo a la masonería, a la construcción de su templo interior, a la búsqueda del conocimiento con curiosidad intelectual, al deseo de apoyar al hermano en apuros, a consolar al hermano sumergido en las tribulaciones. Son muchos los hermanos que con su luz iluminan los caminos de los demás, se vuelven un ejemplo a seguir, un testimonio digno de imitar, que en silencio ayudan al hermano que no tiene para comer, que le explica al hermano como debería quedar mejor escrita esa plancha que tanta ilusión le hace, que visita al enfermo, que felicita y se alegra con real honestidad por los logros del otro.

 

Esos hermanos son los verdaderos masones, despojados realmente de los metales pesados, porque si el peor pecado del ser humano es no ser feliz, el del masón es el ego.

 

Es mi palabra. 


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