1314 O EL CREPÚSCULO DE LOS TEMPLARIOS


Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

Cuando Maisie se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama hecha un manojo de nervios. Era viernes y no tenía claro si había dormido o soñado todo el tiempo, pero lo que si sabía, es que durante la mayor parte de la noche, las imágenes desordenadas de una realidad paralela la atormentaron de manera implacable.

A las tres de la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307, el Rey Felipe IV había iniciado una brutal persecución contra la Orden de los Caballeros Templarios, buscando el arresto de todos sus miembros en nombre de la Santa Iglesia Católica. El Rey había influenciado al Papa Clemente V para que comenzara un juicio contra los Templarios, acusándolos falsamente de sacrílegos, homosexuales (una orientación que se practicaba ilegalmente en la época por Templarios y no Templarios) herejes y en general adoradores de ídolos paganos.

Los guerreros protectores de la iglesia habían sido traicionados por su misma iglesia. Pero esto era una cortina de humo, pues la verdadera razón de su persecución era económica, ya que tenían bajo su custodia la mayor parte del patrimonio adquirido en las cruzadas, lo que hacía que estuvieran en el centro de atención de todos. Sobre todo, de los dominicos. Demasiado dinero acumulado por la orden militar los convirtió en el principal prestamista de la Corona francesa y otros reinos europeos.

Estuvo Maisie un rato mirando el techo, como tratando de volver en sí, recomponiéndose en todas sus partes, armonizando sus sentidos. Silencio. Suspiró cerrando sus ojos, pero esto solo le sirvió para recordar en desorden algunos sueños, cosa que le trajo angustia, por lo que los abrió rápidamente.

En su cuarto Maisie tiene pocas cosas, las necesarias para llevar una vida digna, no la del tener, sino la del ser. Ese tipo de vida que solo los héroes entienden. Una mesa llena de pergaminos manchados de tinta y barro es testigo de su capacidad de concentración.

Pisadas lejanas que salpican barro, se oyen en medio del murmullo que las ramas de los árboles replican una y otra vez, en un bamboleo cadencioso de brisa; el viento baja colándose como finos hilos a través de la rendija de la pequeña ventana, rozando sus mejillas, semejando dedos fríos que la acarician.

Mientras Maisie tres meses atrás realizaba sus trabajos habituales, Jacques de Molay, llegaba a Francia haciendo lo que mejor sabía hacer, reclutar tropas, pero en su camino escuchó las calumnias propagadas por el Rey contra la Orden. Enfureció. Acudió ante el Papa solicitando una entrevista, un dialogo, presentación de pruebas, argumentación, discusión inteligente. Clemente V aceptó y se lo comunicó al Felipe IV por medio de una carta. Pero Felipe IV tenías otros planes. Meses después ordenó a todo el reino capturar a los Templarios, revisar sus cuartos, sus ropas, requisar todos sus bienes.

Era jueves y piensa Maisie ahora en su día. Le dedicaba una parte de la mañana al latín, cosa prohibida para su legión, que no tenía la menor idea de que nuestra heroína sabía leer y escribir, algo por lo que la hubieran castigado con la muerte, ¿pero que es un ser, sino sus impulsos? y los de Maisie eran poderosos. Vivía Maisie en estado de guerra permanente, la de su oficio y la de su mente, la dualidad soldada – monje.

¡Laudes! había que levantarse ya, y aunque el dolor de espalda no daba tregua, la insistencia de Maisie, agobiante a veces, la ponía en pie. Se puso sus ropas, heladas tanto, que pensó que estaban mojadas, miró hacia el techo para buscar alguna gotera, pero no vio nada, en cambio se fijó en una rendija de una tabla que parecía esconder algo, solo era oscuridad. Estiró su espalda arqueándola, poniendo sus manos en la cintura a modo de jarra, bebió un sorbo de agua, se sentó de nuevo para ponerse sus botas y pensó en él.

Como de costumbre, se dirigió a la capilla a rezar los 13 Padrenuestros reglamentarios, en honor a Nuestra Señora. Saludó con la mirada a algunos hermanos, en absoluto silencio, como era obligatorio, pero que en su caso era un escape. Iba en el quinto Padrenuestro cuando se dio cuenta de que lo estaba haciendo sin reverencia, sin mística, era más inercia. Se preocupó. Volvió a comenzar de nuevo, para prestar más atención, sabiendo en el fondo que era desperdicio. La espalda dolía, entonces al terminar, se dirigió donde el hermano enfermero, para que le ayudara con su punzante dolor. El hermano enfermero se dirigió a su vez donde el Comendador para pedirle consejo, pues ya eran muchas las veces que Maisie iba por la misma dolencia. “Falta de oración y piedad” fueron sus palabras. “Nada que 60 Padrenuestros no solucionen”. Maisie pensó en sus pergaminos.

Debido a sus molestias, se le dio permiso a Maisie para irse a su habitación a reflexionar por ese dolor castigador. Y a orar. Nuestra heroína aprovechó para estudiar su latín que la rescataba de sus días. “Labor adfert praemium iis qui fortunam non habent” se repetía constantemente. ¿Pero cuál era esa fortuna? O mejor, ¿Cuál debía ser esa fortuna? La que Maisie anhelaba era la libertad. La de escoger libremente, sin estar supeditada al “debo”, ella quería ser la dueña y señora del “quiero” ¡Oh fortuna! -Exclamó-.

En las tercias de la mañana del 12 de octubre de 1314, a la salida de los funerales de la condesa de Valois, Jacques de Molay y sus hombres fueron arrestados y encarcelados. Y durante los maitines, entre la medianoche y el amanecer, del viernes 13, la mayoría de los Templarios franceses fueron capturados y sus bienes confiscados bajo pretexto de la Inquisición.

Llegaron las vísperas, era jueves y la hora de ir a cenar, Maisie salió de su pequeño cuarto de madera, cerró la puerta que crujió como si se hubiera descuadrado un poco de su marco, la tuvo que cerrar a la fuerza, se preocupó de no poder abrirla de nuevo con facilidad, será una tarea para mañana, pensó.

Atravesó el establo y se dirigió donde su caballo, Dearg, un monumental corcel con la crin más larga y roja de toda la legión. Sus penetrantes ojos color miel la miraron con dulzura, con la complicidad inequívoca del sino. Maisie se le acercó y lo acarició con delicadeza, Dearg relinchó muy quedo, como diciéndole con cariño que todo estaría bien.

Los jueves cenaban carne con verduras, un pedazo de pan duro y vino aguado. Maisie tenía mucha hambre, se sintió feliz y después de saludar a Dearg, devoró su plato. Quedó satisfecha. Se dirigió a su cuarto, se cambió de ropas, estiró de nuevo su espalda, se sentó en el borde de su cama, se recostó, pensó en él y se durmió.

Son las 3:00 de la madrugada del viernes, una hora antes de los maitines y Maisie es despertada por un estruendo que la deja sentada en seco en su cama. Salta a la ventana y mira por la rendija del viento frio, ve antorchas que se acercan por el oriente, no entiende que pasa, ayer todo fue tan tranquilo…

Maisie ve con horror una bola de fuego que se acerca a su villa, es lejana, pero su estrepito le retumba en el pecho. Se toca el lado izquierdo, siente que su corazón se le va a salir, piensa en Dearg. Mira los pergaminos y recuerda la rendija del techo, corre la mesa y se sube en una silla. Comienza a oler a humo, madera quemada, no entiende que pasa, pero sea lo que sea, nadie puede saber que ella lee y escribe, ¿o sí? ¿No deberían todos saberlo? ¿No quiero ser libre acaso? Suena una explosión y las campanas doblan de manera frenética, un hermano fallidamente avisa del peligro inminente, Maisie recuerda en ese momento a Herr Lang, el hermano encargado de la columna de la armonía interpretando aires melancólicos. Maisie decide guardar los pergaminos en una bolsa de cuero donde carga comida para las largas misiones. Se viste rápidamente, se pone la bolsa de manera terciada y sale agachada para no ser vista por el enemigo hasta ahora desconocido.

El barro le impide moverse de manera ágil, pero le sirve para camuflarse. Un sonido metálico se acerca en crescendo. Un olor metálico también, el hierro de la sangre y el de las espadas se funden en medio del fuego. Los perros ladran, las ratas corren por doquier. Los hermanos gritan. Los queridos hermanos. Maisie se dirige al establo y saca a Dearg que la mira con terror.

Se sube a su corcel y huyen por un corredor oscuro que nadie utiliza. ¡Arre, arre! le grita a Dearg, que acelera la velocidad al máximo de su corazón; a los dos se les va a salir del pecho, sienten punzadas, pero no miran atrás. ¡In nomine domini! ¡ad vincula! “No entres dócilmente en esta buena noche, arde y delira al final de la luz, porque eres el rayo que bifurca la tierra” …susurró el viento a nuestra heroína.

El Papa Clemente V, francés también, en un comienzo se mostró en oposición a la guerra que Felipe IV pretendía contra los Templarios, pues los necesitaba para sus propias guerras, sus propios intereses, su propia codicia, pero una espada se atravesó en esa empresa, la del último gran maestre, Jacques de Molay, esa empresa era la de fusionar todas las órdenes militares bajo un único rey soltero o viudo.

Felipe IV publicó un manifiesto donde involucraba al Papa en la decisión para aplacar un poco los ánimos, pues lo que había hecho era totalmente irregular. Cuando el Papa se enteró de las detenciones reprendió al Rey y realizó movimientos estratégicos para finalmente llegar a un pacto ajustando el proceso, por el que el Rey tuviera la facultad de juzgar a los miembros franceses de la Orden del Temple y administrar la mayoría de sus bienes.

Como era la costumbre de la Inquisición, la tortura era uno de los métodos más utilizados para hacer confesar a los acusados de lo que se quería que confesaran…y fue así como el Rey y el Papa obtuvieron las confesiones que deseaban de los Templarios, sin embargo, estos hombres acostumbrados a códigos de honor y la valentía como mérito, posteriormente revocaron esas confesiones.

Mientras se surtía el juicio contra el Gran Maestre y el futuro de la Orden, los Templarios fueron pasando uno a uno por la hoguera en medio de un sinfín de irregularidades y la desconfianza del pueblo.

Es así como en 1314, Jacques de Molay, junto con otros tres maestres fueron condenados a cadena perpetua, gracias a la intervención del Papa y de importantes nobles europeos. Pero la cobardía no corría por las venas de los Templarios, entonces delante de Notre-Dame, los máximos representantes de la orden renegaron de sus confesiones: “¡Somos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!”. Esto les dio como resultado la condena a muerte.

Ese mismo fatídico día, ese viernes 13, mientras Maisie huía en su corcel, a lomo de corazón, se alzó una enorme columna de fuego en un islote del Sena, la Isla de la Cité, donde los cuatro máximos líderes de la Orden del Temple fueron llevados a la hoguera.

Antes de ser consumido por las llamas, Jacques de Molay se dirigió a los hombres que habían maquinado la persecución y caída de los Templarios y sentenció: “Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad”. Antes de un año, Felipe IV y Clemente V fallecieron.

El centauro galopaba bordeando el Sena, a la velocidad frenética que tenemos cuando soñamos, en donde vivimos un año en un minuto, o una vida en dos. La barbarie ha quedado atrás.

Maisie llega a un borde del Sena, en la espesura del bosque surge un claro donde se encuentra con ocho hermanos que también lograron escapar. Los nueve huyen al norte. Nueve animales mitológicos destinados para nacer en medio de la fatalidad. Los pergaminos de Maisie están intactos, con las indicaciones exactas para llegar al lugar sagrado, donde está el arcano de los Templarios. Nace la leyenda con nueve queridos hermanos.

SILENCIO Y EN LOGIA




Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

En sentido estricto, el silencio es la ausencia total de sonido, por lo tanto, sin sonido no existiría el silencio, sin silencio no existiría el secreto y sin secreto no existiríamos los masones, por lo tanto, los masones somos sonido puro e invisible, como la materia oscura.

El silencio es creación, porque a partir del silencio, a partir de la nada, es que nace el verbo, que siempre será hacedor, y en la masonería está ligado principalmente al secreto, porque los masones tenemos un tesoro que protegemos con nuestra sangre. Nuestra esencia es el secreto.

El silencio nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, que casi siempre nos dejamos de lado, distraídos de nuestro ser, de nuestra luz y como consecuencia de esto, los seres humanos nos encontramos en permanente búsqueda de un tesoro, representado en cosas la mayor parte del tiempo, y que pesar, porque como dijo Borges, “es muy triste amar las cosas, porque las cosas no saben que uno existe”, pero que le vamos a hacer, si así somos los inmortales. Y en la búsqueda de ese tesoro, es cuando aparece el secreto. Casi nadie sabe cual es el tesoro que buscamos, algunos, los mas cercanos lo saben o lo sospechan, pero solo nosotros, allá en nuestras vísceras, sabemos que es lo que añoramos, lo que deseamos lo que soñamos, The Most, porque es nuestro secreto.   

En un comienzo el secreto surgió porque era preciso que los constructores de las grandes catedrales guardaran con especial recelo las instrucciones de cómo se levantaban estos grandes monumentos al poder humano. Construir una gran catedral no era un tema menor, era representar el poder y la magnificencia de Dios en la tierra y por supuesto, del grandioso rey que quería hacerle el honor al hacedor de hacedores.

La hoja de papel antiguo con los cálculos exactos de cómo debía armarse semejante estructura, era todo un tesoro que debía ser resguardado del avivato que pudiera robárselo y hacerlo realidad. Es por consiguiente cuando el secreto se comienza a asociar con tesoro, como cuando sientes esa presión en el pecho cada vez que piensas en el amor representado en esa sonrisa que no amaneció a tu lado, es entonces un tesoro que está lejos, pero te pesa, porque lo llevas cargado como una esmeralda, delicada, única y secreta, todo el tiempo.

Es entonces como encontramos que el origen del silencio masónico no es tan romántico como creemos, o mejor, como queremos creer. Todo inició como comienzan las grandes obras profanas: “toca ganarse ese contrato”.

Pues bien, transcurría el año 1666 y un gran incendio destruyó Londres casi por completo: “Según datos oficiales, la conflagración destruyó en cuatro días con sus noches 13.200 casas, 87 iglesias, 44 casas gremiales, la Casa de Aduanas, la Catedral de San Pablo, el ayuntamiento de Londres, el palacio correccional del centro medieval y otras prisiones, cuatro puentes sobre los ríos Támesis y Fleet y tres puertas de la ciudad. Dejó a unas 80.000 personas sin hogar y la cifra de muertos se calcula en varios cientos.”  Y sumado a esta tragedia, vendría la gran peste que azotó a Londres un año antes y que dejó entre 70.000 y 100.000 muertos de los 450.000 habitantes que tenía la ciudad.

Estamos entonces presenciando no solo una tragedia a gran escala sino una oportunidad económica monumental para el gremio de constructores de la época, o más bien, de cualquier época.  

Había que ponerse de acuerdo para ganarse los contratos y comenzar a ejecutar las obras que le darían trabajo y fortuna a muchos obreros y maestros. Es por esto que en 1717 cuatro logias de Londres se reunieron en la Taberna la Oca y la Parrilla (también se reunían en la Taberna la Corona y la de la Manzana) para ponerse de acuerdo en cómo se iban a organizar y crear un frente común, un cártel de la construcción y ganarse todo. ¿Muy profano este inicio? Por supuesto que sí, y es que en esa época los masones aun no levitaban como los hacemos ahora, en esa época lo que querían era trabajar. Fue así como el 24 de junio de ese año se unieron para crear la Gran Logia de Londres y Westminster. Mas adelante James Anderson le pondría el toque mágico.

Pues bien, ante semejante misión, como es la de crear un cártel de la construcción, los obreros debían guardar su gran secreto y sus pequeños secretos asociados, como planos, planchas, cálculos, medidas, técnicas, herramientas, métodos, etc., etc. y para esto había que crear una forma de comunicación secreta que nadie entendiera, solo ellos. Fue entonces como nacieron palabras secretas, toques y símbolos, como los que usan los jugadores de beisbol, para poder comunicarse con sus compañeros justo frente a sus rivales, sin que tengan la menor idea de que están diciendo; fue así como el silencio se volvió el rey, porque la única manera de proteger el secreto es estando mudo.

Como una cláusula de confidencialidad de un contrato suscrito entre dos partes, había que jurar no decir nada al respecto, para poder asegurar la adjudicación de la obra. No fue más. El gremio de la construcción tenía un plan y el ambiente era el propicio para esto, pues si los gremios hoy día hicieran eso, estarían incurriendo en un delito, mas o menos de competencia desleal o colusión en contratación pública. Si bien el silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría, en este caso el silencio fue una manera de salvaguardar un negocio.

Pero eso estaba bien, fue la manera como comenzó a reconstruirse una gran ciudad asediada por la destrucción y la peste, en una época donde no existían muchas formas de hacer las cosas, sino que se estaba aprendiendo a hacerlas.

Con el pasar de los años, el silencio operativo se convirtió en silencio especulativo, en donde se le indica al aprendiz que debe guardar silencio, pues es de esta forma en que podrá absorber toda la información necesaria para su crecimiento personal, para la debida construcción de su templo interior, que de manera paulatina irá creciendo como crecen los cimientos de la obra, como suben las columnas y se alzan al cielo, como se ensanchan las paredes y se expanden las ventanas de las grandes catedrales góticas de la tierra media.

El silencio es una de las herramientas más eficientes para lograr la calma interior. El desbaste de la piedra bruta, su pulimiento paciente, continuo, regular, solo es posible en el silencio. Cuando uno pasa por una obra, el obrero está concentrado en su tarea en silencio, como lo hace el aprendiz con sus herramientas. El carácter se moldea con la interacción con el otro, pero se pule en el silencio con el uno.

El silencio da paciencia, calma y ayuda a escucharnos a nosotros mismos, entendernos para poder pulir las aristas, las palabras y los pensamientos, pero el silencio también nos sirve para escuchar al otro, de manera reflexiva, no como un silencio desinteresado u obligado, sino como un método activo de absorción de conocimiento.

El silencio en masonería está presente en todas las actividades de nuestros sicodramas, desde el momento mismo de la iniciación, en nuestras reuniones, en nuestros rituales, porque es la manera más eficiente de interiorizar todas las enseñanzas, las simbologías, las alegorías, y demás métodos que utilizamos, de manera eficaz. El silencio nos hace sabios y nos hace dioses, pues somos amos de lo que callamos y esclavos de lo que decimos.

El silencio también es una obligación para los masones pues es nuestro deber guardar el secreto de todo lo que decimos, oímos y hacemos y aunque hoy día es muy difícil guardar un secreto, podemos decir que ya no somos una sociedad secreta, y solo rara vez es discreta, para evitar la indiscreción de los muggles.

El silencio es transparente, aéreo, etéreo y maleable, y es por esto que una de las formas del silencio más hermosas y misteriosas es la de las miradas. Con los ojos puedes decir mas que con las palabras. Con los ojos puedes decir te amo.

Para Pitágoras de Samos, el silencio era determinante en el rendimiento de los alumnos de su escuela. Después de su viaje por Egipto, Pitágoras se instaló en Crotona, al sur de Italia y fundó su escuela de filosofía que rápidamente se volvió famosa, pues la mística que Pitágoras le imprimía al desarrollo de sus clases hizo que cada vez más alumnos se inscribieran, pero Pitágoras no solo era maestro, sino también político, y utilizó sus influencias con fines proselitistas que lo llevaron a gobernar la ciudad más adelante, estableciendo un gobierno teocrático donde reclutaba a los jóvenes mas fieles a sus enseñanzas para influenciar, conspirar y decidir sobre los temas mas importantes de la ciudad.

La escuela pitagórica representó un vuelco total a la manera como en el mundo antiguo se enseñaban las cosas: en un principio el conocimiento se transmitía de maestro a discípulo, uno a uno, pero Pitágoras implementó la enseñanza de otra manera, un maestro y varios discípulos, donde no necesariamente había una relación de amistad, pero si de mucho respeto y fidelidad.

En la primera fase de la escuela pitagórica, es decir en la de la iniciación, se encontraban dos niveles básicos: el de los acusmáticos y el de los mathemáticos.

 

Los acusmáticos eran los que escuchaban. Este era el nivel iniciático más bajo y en él únicamente se impartían enseñanzas con contenido ético y moral de conducta. Era la doctrina pitagórica, la religión pitagórica. En este nivel los alumnos solo podían escuchar, no estaba permitido hablar, tampoco podían enseñar lo aprendido y no tenían acceso a los niveles superiores de conocimiento.

 

Entre los alumnos acusmáticos que demostraran mayor capacidad intelectual, se escogía a los mejores, los más talentosos, para instruírseles en áreas cosmológicas, filosóficas y matemáticas de la escuela. Es decir, pasaban a ser parte de los mathemáticos. Se formaba entonces un grupo de personas que conformaban una elite dirigente filosófica, matemática y política y, como es usual, con el tiempo esto solo generó frustraciones y fuertes tensiones entre los acusmáticos relegados.

 

Pues bien, para Pitágoras el silencio era fundamental en el proceso de instrucción de sus iniciados. No solo lo veía como un instrumento, sino que el silencio en si era para Pitágoras la educación misma, que hacía surgir al verdadero individuo, lejos de las banalidades, las soberbias y hasta las desventuras.

En la primera fase de iniciación en la escuela pitagórica, los alumnos debían estar en silencio durante cinco años. Esta etapa se llamaba Acoustici y era obligatoria. Los recién iniciados que mostraran calma, que fueran reflexivos y absorbieran la información de manera natural, podían pasar menos tiempo, incluso dos años, pero eso sí, en absoluto silencio.

Durante el Acoustici, los alumnos no podían ver al maestro, sino que estaban detrás de una tela o cortina en la mayoría de los casos, solo escuchando a su maestro. Por eso se les decía los acusmáticos, que son los que oyen, pero no ven, y debían guardar el secreto de todo lo que escuchaban, y era fuertemente castigada la indiscreción.

Una vez se lograba superar esta etapa de silencio absoluto, se pasaba a recibir instrucción en geometría y aritmética y ya no había marcha atrás. Una vez iniciado, serás siempre alumno de la escuela pitagórica, así como una vez iniciado en los augustos misterios de la masonería, serás siempre masón. No hay manera de desiniciarte.

Por respeto también hacemos silencio, como cuando en semana santa, el viernes santo, mi abuelita María Antonieta me pedía que no hablara, no hiciera ruidos fuertes, mucho menos pusiera música, porque el verbo había muerto.

Gracias al silencio podemos expresar sentimientos de manera mas poderosa que con las palabras mismas, pues muchas veces las palabras son innecesarias y solo pueden causar dolor, irrumpen en el espacio, se estrellan en el oído, en el corazón y en el hígado, mientras que una mirada puede transmitir las mas sublimes emociones. Un parpadeo rápido transmite estrés, una mirada fija tensión y la pasión se vuelve evidente entre la mirada de los enamorados, porque ellos saben leer en sus silencios, porque se gustan cuando callan porque están como ausentes, porque cuando uno quiere hablar, lo mejor es quedarse mudo, para que ese silencio sea un escudo y una perfecta espada.

Es mi palabra.

 

EL MASÓN ESTEPARIO

Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

Como Tubalcaín y como Lilith, el Masón Estepario (a diferencia de lo que la mayoría pensaría), no son un peligro para el statu quo, porque están tan comprometidos con sus batallas personales, que no les queda tiempo para las batallas mundanas, entonces tampoco piden perdón ni suplican dispensa, para rendirse a discreción de sus muchos verdugos

El Masón Estepario, también conocido como Masón Salvaje, se le encuentra principalmente en la estepa como su nombre lo sugiere, pero ha ido migrando a diferentes partes del cosmos, es así como se le puede encontrar tanto en la cordillera como en la llanura, paradójico esto para el lego, pero perfectamente entendible a medida que se le conoce bien y cuáles son sus causas, la mayoría de ellas perdidas, como las causas de los héroes. Con sutiles maneras, el Masón Estepario se comunica con sus iguales, pero hace gala de toda su ferocidad con sus diferentes. Es por esto por lo que el Masón Estepario es solitario. 

El Masón Estepario alimenta su alma en grandes cantidades de Nietzsche, de Schopenhauer, de Goethe, de Kant, de Voltaire, de Confucio, un poco de Borges, de pronto otro tanto de Cortázar, del sol y de la luna, algunos se alimentan de Jesús, otros de Buda, están también los que se alimentan de la sabiduría del querido hermano, que sabe las cosas que él no y entonces lo escucha con el candor propio del que oye con atención una historia por primera vez.

A estos Masones se les puede ver actuando en los psicodramas fantásticos que otros de su misma especie organizan, para encontrarse a cavilar sobre el mundo que los rodea. Todos, sin excepción, han participado del psicodrama primordial; se les ve bajar a algunos por escaleras pedregosas dirigidas a catacumbas oscuras y tenebrosas, en donde se les pide, como a los niños, pensar en lo que han (o no han, que es mucho peor…) hecho. Algunos escucharon cadenas pesadas caer, gritos, lamentos, carcajadas, angustiosos llamados a la nada.

Como en una civilización mediterránea antigua, el Masón Estepario aprende poco a poco el significado de ese psicodrama y lo interioriza, repitiendo con juicio cada paso de esa danza reflexiva espontanea, desde su mismidad.

El psicodrama del que hace parte el Masón Estepario, no se diferencia mucho del que el profano interpreta cada día en su vida, pues todos los seres no somos más que el reflejo y resumen del universo o macrocosmos, como se le quiera llamar. Es ese microcosmos de la Logia entonces, igual al de la empresa que fabrica computadores o la cartera gubernamental de un país tercermundista.

La Logia es un microcosmos del universo, donde los masones se reúnen para argumentar, defender, contradecir o reflexionar sobre la realidad y la vida. Se dice de una Logia, que tres la forman, cinco la componen y siete la hacen justa y perfecta. Pues bien, en una compañía de electrodomésticos también se dice algo parecido, con unas pocas diferencias en su espíritu, pero que en la operatividad terminan siendo iguales y aquí es donde el Masón Estepario se agobia.

Como constructores de grandes catedrales, los Masones heredaron la costumbre de designar trabajos y asignar cargos para ejecutarlos, recomendando las herramientas apropiadas para llegar a buen término la obra en cuestión. Maestros enseñan a los aprendices como usar las herramientas, como perfeccionar el arte, como pulir la piedra bruta. Pues bien, así como en la construcción y en la compañía de electrodomésticos hay jerarquías, en la Logia del Masón Estepario, la Logia Especulativa también, siendo esto un caldo de cultivo para las vanidades. Vanidades antiguas, vanidades medievales, vanidades modernas, y vanidades que vamos inventando.

En la prehistoria masónica, la fantástica, la de los próceres y personajes bíblicos que seduce a los soñadores, han existido muchos personajes esteparios. Tubalcaín bien podría ser un Masón Estepario, interesado por el bronce y el hierro y el uso de las herramientas transformadoras de estos metales, que son realmente preciosos por su misticismo y funcionalidad más que por su brillo. Fue Tubalcaín un herrero cuyo oficio era forjar, fabricar y reparar materiales o construir piezas de metal, que, como el cemento, permanecen en el tiempo con altivez, a mucho pesar de los siglos.

Tubalcaín fue Rey de Ur (Antigua ciudad sumeria de la Baja Mesopotamia llamada Ur de los caldeos) descendiente de Caín, condenado por su imperfección, como todos nosotros, pero cuyos conocimientos serán eternos. Si Tubalcaín fue un masón estepario, entonces podemos decir que la descendencia de Caín fue la iniciadora de la francmasonería, y esto seguramente será un escándalo para muchos, porque por consiguiente la primera gran piedra de la francmasonería, habrá sido la ciudad de Enoc, pero eso es tema para una próxima entrada de este blog.

Tubalcaín no tuvo la fama que otros personajes sí, porque en última instancia, buscaba el perfeccionamiento de su arte, más que del reconocimiento de sí mismo. Él era él, por los otros. Si Tubalcaín trabajara en una logia, seguramente sería en una de las bien llamadas Logias Salvajes; un templo al aire libre, cubierto por el testimonio de la bóveda celeste, con dos columnas de hierro, adornadas cada una con un bien plantado J…, la columna del medio día y otra con B…, la columna del septentrión. En su taller, Tubalcaín, tendría al oriente no un escritorio envanecido por la altura de sus tres escalones, seguramente estaría a ras de piso, pues no es un escritorio pretencioso, es una mesa de trabajo, una mesa metalúrgica, hecha de bronce, pulida hasta el cansancio, llena de cuchillos, limas, pinzas de corte, cizallas, etc, etc. No sería entonces un trono de Venerable Maestro, sino más bien la mesa de labores del herrero y así, en minúsculas.

Las barandas que a ambos lados de la escalera separan el Oriente del resto del templo, seguramente existirán en el taller de Tubalcaín, pero no por pompa, sino por protección, para que tanto los que están al septentrión como al mediodía y a lo largo de los muros, donde se encuentran las verdaderas columnas, estén protegidos de las salpicaduras del arte de la metalurgia, pero al mismo tiempo muy cerca de su experticia. No sería un oriente lejano, sino un oriente próximo, si se permite el juego de palabras.

Es así como el Tubalcaín moderno, el Masón Estepario, entendió que en la masonería no hay 33 grados, por el contrario, él sabe que están los tres primeros grados y que todos los que están por encima, son para aquellos que no han entendido los tres primeros grados, porque la masonería es una organización filosófica, con unos estadios de conocimiento, de sabiduría que se van alcanzando, unas metas que se van logrando paulatinamente, que se van comunicando de voz a voz, como un tesoro invaluable, precioso, intimo, que brilla por sí mismo, porque la masonería no son unos tronos administrativos como objetivo, sino un camino para la construcción del alma.

El Masón Estepario busca un taller donde pueda sobre todo escuchar para perfeccionar su accionar, por medio del conocimiento que otros le compartan. En la búsqueda de la sabiduría está la magia de ser humano, porque nada es un libro si alguien no lo lee. No sería Goethe inmortal, si nadie hubiera leído por ejemplo cuando escribió: “Las hipótesis son andamios que se colocan ante el edificio y se quitan al término de las obras. Son imprescindibles para el albañil, que sin embargo no debe tomar el andamio por el edificio”.

El Masón Estepario se encuentra en vía de extinción, y es esto una verdadera pena, pero como no, si hasta borraron a Lilith de los libros.

Es mi palabra

 

QUIERO QUE SE ACABE EL DÍA


A veces uno dice “quiero que se acabe el día” y es un comando mágico, porque es como si entonces el día se fuera a acabar por la sola instrucción, pero si lo piensa uno bien, si hay magia, porque a veces a uno se le acaba el día a las nueve de la mañana, por esa discusión que tuvo y otras tantas se puede acabar a las cinco de la mañana del día siguiente porque no querías que tuviera final.

Somos dioses, no hay otra explicación.

ENJOY THE SILENCE

Inspirado en “el principito”, “enjoy the silence” es uno de los himnos de la generación X. 

Words like violenceBreak the silenceCome crashing inInto my little worldPainful to mePierce right through meCan't you understand?Oh, my little girl
All I ever wantedAll I ever neededIs here in my armsWords are very unnecessaryThey can only do harm 
Vows are spokenTo be brokenFeelings are intenseWords are trivialPleasures remainSo does the painWords are meaninglessAnd forgettable 
All I ever wantedAll I ever neededIs here in my armsWords are very unnecessaryThey can only do harm 
Enjoy the silence. 


ANDERSON O EL CRONOPIO MASÓN

(Caratula de las Constituciones de Anderson de 1723)

 

Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

La masonería nació entre historia y memoria, como la vida misma, pues esto que llamamos vida, no es sino lo que uno recuerda de lo que cree que le pasó. Es la paradoja entre el mito y la realidad; pero que sería de nosotros los inmortales (si, inmortales, porque tú no piensas nunca en que te vas a morir) si no adornáramos nuestra realidad con un poco de leyenda.

Sabemos los masones que hay un texto fundacional, las célebres Constituciones de Anderson, que le dan inicio a la moderna francmasonería especulativa. Fueron redactadas por el pastor presbiteriano y partidario de la casa de Hannover, James Anderson, doctor en teología y por Jean Théophile Désaguliers, del que casi no se habla, muy parecido a lo que le pasó al poco nombrado Michael Collins, el astronauta estadounidense que voló en el histórico viaje de 1969 en la misión Apolo 11 alrededor de la Luna, orbitándola 30 veces, mientras sus compañeros Neil Armstrong y Buzz Aldrin se convertían en los primeros hombres en pisar la luna y a partir de allí, en unas celebridades. Al igual que con Collins que nunca pisó la luna, a muy poca gente le interesa quien fue Désaguliers.  

Las Constituciones se aprobaron y publicaron en 1723. Benjamín Franklin imprimió y difundió el documento por primera vez en 1734 en Estados Unidos, y al comienzo eran unas 100 páginas, que con el paso de los años se convirtieron en casi 500, gracias a la imaginación colectiva que quiere encontrar magia en lo que ve, pues las explicaciones simples y racionales de los orígenes de algo, a veces no son tan hermosas, y es por esto que le encontramos un significado oculto a esa puesta de sol o a la lluvia menuda.

La importancia de estas Constituciones de Anderson radica en que es la primera obra masónica publicada. Algunos dicen que es protomasónica.

Pues bien, esta importante misión tenía que ser llevada a cabo por alguien que sintiera la mística de estar realizando la tarea más importante del hombre, y es que, sin saberlo, Anderson llevaba en su frente la marca que lo inmortalizaría para algunos, como el pobre judío Ahasverus, que por su indiscreción deberá caminar hasta la Parusía.

No sabemos mucho de Anderson, ni siquiera se sabe con seguridad si nació en Aberdeen, Escocia, pero sí que su padre era masón y que emigró a Londres y como todo migrante, era audaz. En todo caso, a Anderson se le encomendó un lunes 29 de septiembre de 1721, por parte del Gran Maestro de la Gran Logia de Londres y Westminster (Primera Gran Logia de la francmasonería moderna), el duque de Montagu, que “transcribiera las viejas constituciones góticas en un nuevo y mejor método".

Todo comenzó porque cuatro logias londinenses deciden en 1717 fundar una Gran Logia paralela a la Logia de York. Como es usual en la historia de la humanidad, el contexto eran las disputas y los disensos políticos, en este caso entre hannoverianos y jacobitas (este último, movimiento político que intentó conseguir la restauración en los tronos de Inglaterra, Escocia, e Irlanda de la Casa de Estuardo, y tomó su nombre del rey católico Jacobo II). 

La leyenda masónica cuenta que el jueves 24 de junio de 1717, cuatro logias de Londres se reunieron en la taberna Goose and Gridiron y formaron la que denominaron Gran Logia de Londres y Westminster, eligiendo al hermano Anthony Sayer como su primer Gran Maestre, puesto que ocupó desde 1717 hasta su muerte en 1721.

El 24 de junio de 1720 fue un lunes, y ese día algunas logias deciden quemar sus manuscritos y reglamentos, entre otros documentos, para evitar que cayeran en manos profanas. Eran tiempos caóticos.

Este texto primordial le daba a la masonería una explicación, una identidad y una legitimidad. De hecho, en el documento se aseguraba que presentaba “una relación fiel y exacta de la masonería desde el comienzo del mundo”. Era la infancia de la masonería y sin lugar a dudas, la mejor época, porque en realidad era la adultez de la masonería, pero nos estamos dando cuenta hasta ahora y de pronto no estamos preparados para esta conversación.

Se le presentaba al mundo un ritual, un modo, un sicodrama, que aseguraba tener sus raíces en el mito eterno de “la creación del mundo” pasando por todos los siglos que han existido y los que existirán, navegando de Oriente a Occidente, pasando por Egipto, Jerusalén, Grecia, Roma, saltando a Francia, a Inglaterra y por último a Escocia.

La antigua cofradía había nacido en la obra, todos para uno y uno para todos, los caballeros de la bóveda celeste, la arquitectura y sus grandes monumentos, el inicio, los magníficos reyes que ordenaron construirlos, los dioses antiguos que permitieron la ejecución de estas eternas obras, los obreros contentos y satisfechos que las ejecutaron y ahora un pastor, que aceptó escribirlo todo. 

Y es que esta encomienda no podía ser designada sino a un cronopio, aunque en este caso, fue uno organizado, porque es bien sabido que son un tanto desordenados. Nunca esta tarea pudo ser llevada a cabo por un fama, pues son los grandes gerentes de los bancos, los presidentes de las repúblicas, los líderes, esa gente formalísima que defiende un orden.

El cronopio en cambio es el idealista, es el poeta, el que vive al margen de las cosas, el dibujo fuera del cuadro, un poema sin rimas, el pensamiento que se vuelve prosa en un corazón enamorado. En general, los cronopios se presentan como criaturas ingenuas, verdes, desordenadas, sensibles, muy sensibles y poco convencionales.

Este cronopio Anderson, sin embargo, aunque es amado por unos, también es odiado por otros y es que hasta se ha dicho que es un impostor. Lo cierto es que este escoces logró poner de acuerdo a masones católicos irlandeses, anglicanos ingleses y presbiterianos escoceses, temerosos de las reformas que se proponían. Este hombre además se dedicaba a tareas propias de los cronopios, como la de elaborar árboles genealógicos por encargo de todo aquel que se lo pidiera. Con esas medallas profanas se ayudaba un poco en sus gastos. Era experto entonces en entrelazar la historia con el mito, pues una que otra genealogía le quedaba cargada de fantásticos linajes que encantaban a sus mecenas.

Pero como a todo cronopio, al pobre Anderson después de entregar la tarea, con el paso de los años y de los siglos, (los que nos gustan tanto a los masones), le cayeron sobre su cabeza las nubes mammatus, premonitorias siempre de una calamidad. 

Se ha dicho que Anderson exageró la historia y le incorporó demasiada fantasía, ¿pero es que acaso vamos a negar a Tubalcaín, nuestro padre? También se le acusa de pobre, porque ser pobre es malo por serlo (de seguro no se esforzaba lo suficiente…) y que por pobre hizo una tarea que no le interesaba mucho, sobre todo que no le correspondía, pero a la que le puso bastante empeño. Era un escoces contando una historia inglesa, la ironía se explica sola, y es entonces cuando a uno le toca entrar a diferenciar entre el artista y su arte, como por ejemplo nos pasa con Borges, amado por unos y odiado por otros, pues Borges para algunos representa a Funes el memorioso, a los cantaros, las bibliotecas infinitas, las escaleras de caracol y los espejos, mientras que para otros es el antiperonista, anticomunista y antinacionalista, que no le fue concedido el Nobel por haber asistido a un acto en Chile por allá en 1976, invitado por Pinochet, o porque en una cena, luego de recitar poemas escritos por Lundkist, se burló del autor delante de los presentes y este dato llegó hasta el comité del Nobel que nunca se lo perdonó. La academia se defendió diciendo que los temas políticos no son importantes para ellos, pero es sabido por todos, que si no estas en la corte del rey, tal vez no consigas premios.

Borges no era cortesano, pero si alguien supo usar los simbolismos, acertijos y metáforas fue el, por ejemplo, con su Paracelso de aquel día, recordando caras del occidente y del oriente, pero no la tuya, a pesar de que caminaste tres días y tres noches, cargando todos tus haberes…

Puede ser que lo que le pasó a Anderson es lo que leímos en la tragedia de Antígona de Sófocles cuando se dice: «Nadie ama al mensajero que trae malas noticias». En este caso Anderson no trajo malas noticias, pero lo fácil era castigar al mensajero, pues si a alguien no le parecían virtuosas las líneas del cronopio, lo más fácil era echarle la culpa a él y no a la Gran Logia Inglesa, a sus grandes y muy respetables maestros, de una sapiencia infinita ellos todos, que habían encomendado la tarea.

Nunca sabremos a ciencia cierta como habrá sido la conversación, porque además, nos gusta el mito, así como nunca sabremos como fueron los textos originales por medio de los cuales Anderson se basó para estructurar todo el documento, pues en el mundo antiguo, la manera de reproducir escritos era manual y cuando el scribæ está en su ejercicio de copiar, el muy juicioso y concentrado lee la frase, sus ojos ubican la hoja y buscan el párrafo en el que va, recorren cada letra de cada palabra, de izquierda a derecha y de ahí el ojo dan un salto hacia abajo, a la hoja donde debe escribir eso que acaba de leer, es entonces cuando su mano busca la tinta para mojar la pluma y es en ese segundo, cuando una de las palabras que sus ojos acababan de leer, es cambiada por otra, u omitida, o se le olvidó la coma y con este pequeño incidente involuntario de la siquis, la frase cobró un significado totalmente diferente, pero el scribæ no se dio cuenta, porque estaba concentrado en escribir y al mismo tiempo estaba pensando en ese amor tormentoso que lo desvela, pero el sigue con su labor, porque él es el scribæ.

Anderson terminó su trabajo en 1721 y presentó su informe en la tenida del 23 de septiembre de ese mismo año. Era un martes. Su trabajo lo revisó de inmediato una comisión formada por 14 miembros de la Gran Logia. Esta comisión expidió sus conclusiones en la Asamblea del miércoles 25 de marzo de 1722, aconsejando su aprobación con algunas pequeñas modificaciones.

Finalmente es aprobado un domingo, el 17 de enero de 1723. El jueves 24 de junio de 1728 Georges Payne, Gran Maestro de la Logia de Londres, manda que se recopilen todos los viejos textos y archivos de las logias a fin de publicar los antiguos usos y costumbres.

El contenido de las constituciones tiene cuatro partes:

I. Parte histórica

II. Parte de los «Deberes»

III. Parte de los «Reglamentos generales»

IV. Parte de los «Cantos»

Cabe recordar que Anderson se basó, entre algunos escritos, en los más de 150 documentos de estatutos, reglamentos y manuscritos, en los Antiguos Deberes, y algunos muy antiguos como los estatutos de Bolonia de 1248, y en las Constituciones de Robert, de un año antes, pues algunos de sus artículos fueron incluidos en las constituciones de Anderson. Se afirma que las de Robert toman como base un manuscrito de hace más de quinientos años. De nuevo la magia. Una copia de estas constituciones está en la Gran Logia de Iowa, y se puede afirmar que son una de las posesiones literarias masónicas más valiosas de América. Otra más está en la parisina Rue Cadet y los franceses no paran de percibir nuevas virtudes.

Pero usted que está leyendo estas líneas (y se lo agradezco infinitamente y le pido disculpas por el atrevimiento) se preguntará: ¿Por qué el Comité de la naciente Gran Logia decide encomendar una tarea de tal relevancia histórica, a un pastor escocés como James Anderson?

Pues bien, Anderson tenía fama de ser gran orador, excelente predicador presbiteriano, muy dado al dialogo y con grandes habilidades para lograr concertaciones ante opiniones contrarias y conseguir resoluciones en situaciones de conflicto. Si Anderson hubiera vivido en el siglo XX, probablemente habría sido buscado para hacer parte de las negociaciones con el IRA y seguramente sería el gestor del Acuerdo del Viernes Santo de 1998 

Y es que ser un conciliador, era sin lugar a dudas una cualidad imperiosamente necesaria para la tarea masónica encomendada, teniendo en cuenta que los masones lo sabemos todo desde el inicio de los tiempos y poner de acuerdo a tanta gente y tan erudita no era nada fácil.

También se dice que la misión se le fue dada porque él ya estaba familiarizado con la francmasonería desde muy jovencito, teniendo en cuenta que su padre fue miembro de la Logia de Aberdeen y hay evidencia de que James Anderson usaba como firma y sello personal, una marca de cantero: una cresta que corona un escudo de armas familiar que dicen es la misma marca utilizada por su padre.

En todo caso, para que Anderson fuera elegido para la tarea, el poco nombrado Desaguliers fue decisivo. Este hombre era ministro de la Iglesia de Inglaterra e ingeniero consultor del duque de Chandos quien a su vez era miembro de la Royal Society y estuvo en una cena con el duque en julio de 1721 en su mansión de Cannons, y a este evento asistieron otros líderes escoceses, entre ellos John Campbell, alcalde de Edimburgo (la corte del rey de nuevo…) Luego de esto Desaguliers viajó a Edimburgo a supervisar la provisión de aguas en el concejo, ya que el había diseñado la instalación de cañerías para el sistema de aguas de la hacienda de Cannons y existen documentos donde se puede encontrar que Desaguliers estuvo en la Logia Capilla de María en el acta del 24 de agosto de 1721.

Un mes más tarde, luego de la gira de Desaguliers por la masonería escocesa, nuestro héroe escocés Anderson fue comisionado por la Gran Logia, para preparar una versión revisada de las Constituciones de los Francmasones. Podemos entonces pensar que la elección de Anderson estuvo ligada a las gestiones de Desaguliers en Escocia, pues a su regreso a Londres, la Gran Logia había llegado a la conclusión de que era necesario un experto escocés para la tarea.

Seguramente Anderson cuando llegó a su casa esa noche se habrá sentido abrumado. De pie frente a la puerta por unos minutos quieto mirando la madera, pensaría en lo que le acababan de decir, recordaría ciertas palabras saltando por su mente de manera atropellada: constituciones góticas, siglos, escuadra y compas, salomón, columnas, ritual, orden, secreto… recordaría la copa de vino y la gota que cayó en la mesa cuando lo sirvieron, recordaría a su padre, a los acantilados prehistóricos de Aberdeen y el mar golpeándolos con furia.

Entonces Anderson entró a su casa, buscó leña para calentar su alma helada por el espanto que la misión le ha dado, se sirvió un poco de vino y mordió un trozo de queso amarillo verdoso que había dejado sobre la mesa al lado de la ventana, hace quien sabe cuántos días, solo lo sabrán los dioses. Lo sintió amargo pero el vino le ayudó a pasarlo. Tomó una silla por el espaldar y la volteó hacia el fuego. Se sentó, inhaló y exhaló. Cae la lluvia de repente, así como sabe llover cuando uno está tribulado, tomó otro sorbo de vino, pensó en ella y comenzó a escribir.        

Es mi palabra