Planeación del desarrollo en ambientes complejos

 
En el desarrollo de las labores de muchos funcionarios y contratistas de las diferentes entidades del Estado colombiano, se lleva a cabo un control sobre las actividades y productos a entregar por parte de los Programas Misionales, por medio de la elaboración y continuo seguimiento a un documento denominado Plan Operativo Anual, conocido por todos como POA.
En el POA, se revisa al detalle cada actividad, junto con sus productos, costos y tiempos de ejecución, de tal manera que se tiene un seguimiento constante de los procesos a realizar,  identificando posibles situaciones conflictivas, como por ejemplo, retrasos en la ejecución de los recursos que eventualmente afecten tanto a actores participantes al interior de la institución, como al exterior de la misma.
En este sentido, gracias a esta metodología, los Programas planifican sus actividades de una manera eficaz y eficiente, cumpliendo con las metas propuestas, sin embargo, cuando se evalúa el accionar de las instituciones, otro es el panorama. Por ejemplo, hace apenas unos meses se levantó el paro de campesinos, pero ya está sonando en el ambiente nuevamente otro.
Surge entonces la necesidad de repensar la forma como se está llevando a cabo la planificación del país, en medio de un ambiente de alta complejidad como es el colombiano.
Debemos comenzar por analizar la manera como se plantean las políticas públicas del país, siendo estas el eje fundamental de las acciones del gobierno, diseñadas desde la base del conocimiento por profesionales altamente capacitados y calificados, pero que a la luz de los hechos, no han logrado impactar de manera positiva a la población.
Se dice que Colombia es uno de los países más ricos del mundo, con la mayor biodiversidad del planeta para mencionar solo uno de sus tesoros, pero también con el vergonzoso titulo de ser el tercer país con mayor desigualdad social entre 129 países, sólo por debajo de Haití y Angola, de acuerdo con el último estudio del PNUD.
Con un franco ascenso económico como el actual y sin embargo presentando problemáticas sociales tan delicadas, surge la pregunta: ¿existe una política de Estado que conduzca a Colombia hacia un futuro brillante, planteada en el marco de la complejidad? Me atrevo a decir que existen muchas políticas de Estado, pero no están encaminadas hacia el logro de un mismo objetivo y no están articuladas. Esta falta de articulación es el síntoma que nos ayuda a identificar la enfermedad: no existe una política de Estado clara, por lo tanto la planificación es atropellada.
La planificación, para que sea efectiva, se debe realizar entonces desde la base conceptual del ¿hacia dónde se quiere llegar?, para así plantear el ¿cómo los vamos a hacer?, es aquí donde se encuentra el primer obstáculo, la inmediatez que la sociedad exige a los gobiernos a la hora de actuar, en un ambiente complejo, con variadas problemáticas a resolver, conduce a formular muchas políticas creadoras de programas desarticulados, carentes de eficacia a la hora de resolver los problemas por los cuales fueron planteados.
Esta desconexión de los planes con lo que realmente necesita la sociedad es fruto de una mala planificación planteada de manera lineal, sin tener en cuenta a todos los actores involucrados, en los diferentes escenarios posibles. La planificación presenta demasiadas variables que la afectan de manera directa e inmediata, de tal forma que requiere de una buena estructura sobre la cual se sostenga para que llegue a ser exitosa. Esta estructura debe estar cimentada sobre una política de Estado clara y bien definida.
Los ciudadanos somos responsables del curso de los acontecimientos de nuestra sociedad, aunque no lo percibamos de manera inmediata, así nos sintamos en un momento dado víctimas de los hechos, conducidos por los acontecimientos que nosotros mismos ocasionamos sin detenernos a reflexionar en la mayoría de los casos, sino que simplemente nos va llevando por su camino, como una manera irresponsable de no tener que darle cuentas a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Eso que llamamos destino, se está construyendo constantemente, sin pausas, así no logremos ver de manera inmediata si lo está haciendo de manera positiva o negativa. Es por esto que la planificación presenta demasiadas variables que la afectan de manera directa e inmediata, de tal forma que requiere de una buena estructura sobre la cual se sostenga para que llegue a ser exitosa.
Las políticas públicas en Colombia están diseñadas de manera fragmentada, tejedoras de soluciones puntuales para problemas particulares, que no identifican el origen del conflicto en cuestión. Un ejemplo claro de esta manera de actuar es el siguiente: el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural junto con el Instituto Colombiano de Educación Superior y Estudios en el Exterior ICETEX, suscribieron un convenio hace años para crear un programa de apoyo a los jóvenes rurales, con el objetivo de que estos adelanten estudios a nivel técnico, tecnológico y superior en carreras relacionadas con el sector agropecuario. De acuerdo con las cifras del Ministerio de Educación Nacional, en la última década se han graduado 23.305 jóvenes en todo el país en este tipo de carreras, cifra que dista mucho de los 495.915 jóvenes que se han graduado en ciencias económicas, administrativas y contables en el mismo lapso de tiempo.
Las dos instituciones tienen claro que existe una situación delicada y es que los jóvenes rurales no quieren estudiar este tipo de carreras, pero ¿la solución será entonces darles becas para que lo hagan? Creo que lo mejor es identificar porque no lo hacen, y me atrevo a decir, que no solo es por cuestión del costo de la matricula, adicionalmente a esto, existen muchas variables que afectan la toma de decisiones de un joven en un momento dado, no solo para escoger su carrera, sino para decidir si estudia o no.
De acuerdo con las proyecciones realizadas por el Departamento Nacional de Estadística DANE para el año 2011, la población rural en Colombia se encontraba alrededor de 11.2 millones de personas que representan el 24% del total de la población colombiana, sin embargo, a pesar de la importancia de las actividades económicas desarrolladas por esta población, el sector rural presenta unos indicadores socioeconómicos muy críticos.
Así por ejemplo, el índice de pobreza equivale al 65% (2008), superior al total nacional (46%) y uno de los más altos de América Latina. Igual el de indigencia (36,6%) se ubica muy por encima del urbano (6,8%) y por consiguiente del total nacional (17,8%).
La desnutrición crónica en la población infantil rural se encuentra en el nivel de 17.1% en comparación con la urbana de 9.5%. Por su parte en analfabetismo en la población rural mayor de 14 años de edad es de 18,5%, 13 puntos por encima al urbano (5,5%), según el Censo 2005 del DANE.
De igual manera las cifras recolectadas en los últimos dos censos (1993 y 2005), revelan que la población urbana creció en 21%, lo que muestra una concentración poblacional en los centros urbanos. Esto es más preocupante si se tiene en cuenta que la población que más migra del campo a la ciudad buscando mejores opciones de vida, es la que se encuentra entre los 15 y 30 años de edad, conduciendo esto a que el campo se quede sin talento humano joven que permita el relevo generacional. Estamos pues, ante una situación de alta complejidad.
La causa entonces, por la cual los jóvenes no estudian carreras en ciencias agropecuarias no es solo económica, es también un fenómeno social y cultural, que se debe tratar desde diferentes áreas del conocimiento por los profesionales tomadores de decisiones de los diferentes entes del Estado formuladores de políticas y creadores de programas.
Estos profesionales están llamados a participar en la elaboración de planes tendientes a darle solución a esta problemática, desde las diferentes ópticas por medio de las cuales se debe abordar la situación, es así como no solo el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural junto con el ICETEX pueden aportar a que aumente el número de jóvenes rurales graduados en ciencias agropecuarias, también el Ministerio de Educación Nacional debe plantearse el problema y comenzar a pensar en la solución por medio de, por ejemplo, programas más atractivos para los jóvenes rurales, el Ministerio de Defensa Nacional debe garantizarle a los jóvenes que exista seguridad en el camino de 45 minutos o más que estos deben recorrer a pie desde su casa en la vereda hasta la institución de educación más cercana donde recibirán sus clases, el Ministerio del Trabajo también le debe garantizar a los jóvenes que al estudiar estas carreras no harán parte de la larga lista de desempleados que cada día entran a engrosar las filas de personas sin un sueldo fijo mensual, esperando por una vacante disponible para cientos de postulantes.
La planificación entonces, debe plantearse partiendo del principio de que su desarrollo se hará en un ambiente complejo, constituido por múltiples variables, donde el escenario está compartido por diversos actores, por lo tanto, debe ser descentralizada, transformando la incertidumbre en posibilidades, el conflicto en oportunidades, las diferencias en cooperación.
Es así como la racionalidad a la hora de tomar una decisión de carácter público, puede llegar a ser crucial en el momento de su aceptación o rechazo, pero se debe entender la racionalidad no como un único elemento que ayuda a tomar una decisión, sino que se debe interpretar y traducir de acuerdo con el entorno, de tal forma que tome elementos del conocimiento desde diferentes puntos de vista, es decir, mirando todo el espectro que hace parte de la situación objeto de estudio. Estamos aquí ante un concepto alternativo, el de la racionalidad colaborativa.
Durante muchas décadas, las decisiones públicas se han tomado partiendo de la base de la racionalidad, la objetividad, el análisis de cifras, comparación de alternativas a partir de estadísticas, y en general, centrando el conocimiento en sistemas de información que básicamente son cúmulos de datos que el tomador de decisión cuantifica y evalúa, partiendo de que si es medible entonces es útil. Desde esta perspectiva, el mundo entonces está constituido por partes que se analizan diferencialmente, gracias a la experticia del observador entrenado. Se está entonces dividiendo el objeto de estudio, en su esencia.
Pero el mundo es más que una suma de partes, es así como una situación que se deba abordar desde un punto de vista político no se puede observar como una acumulación de objetos que se pueden aislar, sino que se debe tomar como un todo, por medio no solo de la racionalidad sino de la interpretación de su propia realidad, partiendo de la base del contexto en la que se encuentre. Cada situación tiene unas singularidades que la diferencian de otra, por eso no es eficaz tratar de clasificar los conceptos por medio de principios universales, o transferir estrategias de un contexto a otro.
Es así como Habermas argumenta que el dialogo colaborativo puede ser racional, su teoría de la comunicación racional, identifica condiciones bajo las cuales los resultados de deliberaciones pueden ser vistos como racionales en tanto que se pueden consensuar. Se parte de la idea de que la realidad está escondida detrás de un entendimiento social que construye imaginarios,  teorías, suposiciones, y lenguaje, sin desconocer como la misma sociedad en un momento dado distorsiona la realidad, pues en últimas, la sociedad no es más que un grupo de individuos con variadas percepciones.
Este nuevo orden de pensamiento, debe buscar ante todo el bienestar del ser humano, en donde los ciudadanos pasemos de ser una cifra más, a ser un sujeto con necesidades básicas que deben ser satisfechas, donde la calidad de vida prime, no como un lujo, sino como un derecho inalienable, un orden donde las oportunidades sean iguales para todos, de tal forma que todas las personas logren la autonomía, alcance la autosuficiencia y con ella la libertad.

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