1314 O EL CREPÚSCULO DE LOS TEMPLARIOS


Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

Cuando Maisie se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama hecha un manojo de nervios. Era viernes y no tenía claro si había dormido o soñado todo el tiempo, pero lo que si sabía, es que durante la mayor parte de la noche, las imágenes desordenadas de una realidad paralela la atormentaron de manera implacable.

A las tres de la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307, el Rey Felipe IV había iniciado una brutal persecución contra la Orden de los Caballeros Templarios, buscando el arresto de todos sus miembros en nombre de la Santa Iglesia Católica. El Rey había influenciado al Papa Clemente V para que comenzara un juicio contra los Templarios, acusándolos falsamente de sacrílegos, homosexuales (una orientación que se practicaba ilegalmente en la época por Templarios y no Templarios) herejes y en general adoradores de ídolos paganos.

Los guerreros protectores de la iglesia habían sido traicionados por su misma iglesia. Pero esto era una cortina de humo, pues la verdadera razón de su persecución era económica, ya que tenían bajo su custodia la mayor parte del patrimonio adquirido en las cruzadas, lo que hacía que estuvieran en el centro de atención de todos. Sobre todo, de los dominicos. Demasiado dinero acumulado por la orden militar los convirtió en el principal prestamista de la Corona francesa y otros reinos europeos.

Estuvo Maisie un rato mirando el techo, como tratando de volver en sí, recomponiéndose en todas sus partes, armonizando sus sentidos. Silencio. Suspiró cerrando sus ojos, pero esto solo le sirvió para recordar en desorden algunos sueños, cosa que le trajo angustia, por lo que los abrió rápidamente.

En su cuarto Maisie tiene pocas cosas, las necesarias para llevar una vida digna, no la del tener, sino la del ser. Ese tipo de vida que solo los héroes entienden. Una mesa llena de pergaminos manchados de tinta y barro es testigo de su capacidad de concentración.

Pisadas lejanas que salpican barro, se oyen en medio del murmullo que las ramas de los árboles replican una y otra vez, en un bamboleo cadencioso de brisa; el viento baja colándose como finos hilos a través de la rendija de la pequeña ventana, rozando sus mejillas, semejando dedos fríos que la acarician.

Mientras Maisie tres meses atrás realizaba sus trabajos habituales, Jacques de Molay, llegaba a Francia haciendo lo que mejor sabía hacer, reclutar tropas, pero en su camino escuchó las calumnias propagadas por el Rey contra la Orden. Enfureció. Acudió ante el Papa solicitando una entrevista, un dialogo, presentación de pruebas, argumentación, discusión inteligente. Clemente V aceptó y se lo comunicó al Felipe IV por medio de una carta. Pero Felipe IV tenías otros planes. Meses después ordenó a todo el reino capturar a los Templarios, revisar sus cuartos, sus ropas, requisar todos sus bienes.

Era jueves y piensa Maisie ahora en su día. Le dedicaba una parte de la mañana al latín, cosa prohibida para su legión, que no tenía la menor idea de que nuestra heroína sabía leer y escribir, algo por lo que la hubieran castigado con la muerte, ¿pero que es un ser, sino sus impulsos? y los de Maisie eran poderosos. Vivía Maisie en estado de guerra permanente, la de su oficio y la de su mente, la dualidad soldada – monje.

¡Laudes! había que levantarse ya, y aunque el dolor de espalda no daba tregua, la insistencia de Maisie, agobiante a veces, la ponía en pie. Se puso sus ropas, heladas tanto, que pensó que estaban mojadas, miró hacia el techo para buscar alguna gotera, pero no vio nada, en cambio se fijó en una rendija de una tabla que parecía esconder algo, solo era oscuridad. Estiró su espalda arqueándola, poniendo sus manos en la cintura a modo de jarra, bebió un sorbo de agua, se sentó de nuevo para ponerse sus botas y pensó en él.

Como de costumbre, se dirigió a la capilla a rezar los 13 Padrenuestros reglamentarios, en honor a Nuestra Señora. Saludó con la mirada a algunos hermanos, en absoluto silencio, como era obligatorio, pero que en su caso era un escape. Iba en el quinto Padrenuestro cuando se dio cuenta de que lo estaba haciendo sin reverencia, sin mística, era más inercia. Se preocupó. Volvió a comenzar de nuevo, para prestar más atención, sabiendo en el fondo que era desperdicio. La espalda dolía, entonces al terminar, se dirigió donde el hermano enfermero, para que le ayudara con su punzante dolor. El hermano enfermero se dirigió a su vez donde el Comendador para pedirle consejo, pues ya eran muchas las veces que Maisie iba por la misma dolencia. “Falta de oración y piedad” fueron sus palabras. “Nada que 60 Padrenuestros no solucionen”. Maisie pensó en sus pergaminos.

Debido a sus molestias, se le dio permiso a Maisie para irse a su habitación a reflexionar por ese dolor castigador. Y a orar. Nuestra heroína aprovechó para estudiar su latín que la rescataba de sus días. “Labor adfert praemium iis qui fortunam non habent” se repetía constantemente. ¿Pero cuál era esa fortuna? O mejor, ¿Cuál debía ser esa fortuna? La que Maisie anhelaba era la libertad. La de escoger libremente, sin estar supeditada al “debo”, ella quería ser la dueña y señora del “quiero” ¡Oh fortuna! -Exclamó-.

En las tercias de la mañana del 12 de octubre de 1314, a la salida de los funerales de la condesa de Valois, Jacques de Molay y sus hombres fueron arrestados y encarcelados. Y durante los maitines, entre la medianoche y el amanecer, del viernes 13, la mayoría de los Templarios franceses fueron capturados y sus bienes confiscados bajo pretexto de la Inquisición.

Llegaron las vísperas, era jueves y la hora de ir a cenar, Maisie salió de su pequeño cuarto de madera, cerró la puerta que crujió como si se hubiera descuadrado un poco de su marco, la tuvo que cerrar a la fuerza, se preocupó de no poder abrirla de nuevo con facilidad, será una tarea para mañana, pensó.

Atravesó el establo y se dirigió donde su caballo, Dearg, un monumental corcel con la crin más larga y roja de toda la legión. Sus penetrantes ojos color miel la miraron con dulzura, con la complicidad inequívoca del sino. Maisie se le acercó y lo acarició con delicadeza, Dearg relinchó muy quedo, como diciéndole con cariño que todo estaría bien.

Los jueves cenaban carne con verduras, un pedazo de pan duro y vino aguado. Maisie tenía mucha hambre, se sintió feliz y después de saludar a Dearg, devoró su plato. Quedó satisfecha. Se dirigió a su cuarto, se cambió de ropas, estiró de nuevo su espalda, se sentó en el borde de su cama, se recostó, pensó en él y se durmió.

Son las 3:00 de la madrugada del viernes, una hora antes de los maitines y Maisie es despertada por un estruendo que la deja sentada en seco en su cama. Salta a la ventana y mira por la rendija del viento frio, ve antorchas que se acercan por el oriente, no entiende que pasa, ayer todo fue tan tranquilo…

Maisie ve con horror una bola de fuego que se acerca a su villa, es lejana, pero su estrepito le retumba en el pecho. Se toca el lado izquierdo, siente que su corazón se le va a salir, piensa en Dearg. Mira los pergaminos y recuerda la rendija del techo, corre la mesa y se sube en una silla. Comienza a oler a humo, madera quemada, no entiende que pasa, pero sea lo que sea, nadie puede saber que ella lee y escribe, ¿o sí? ¿No deberían todos saberlo? ¿No quiero ser libre acaso? Suena una explosión y las campanas doblan de manera frenética, un hermano fallidamente avisa del peligro inminente, Maisie recuerda en ese momento a Herr Lang, el hermano encargado de la columna de la armonía interpretando aires melancólicos. Maisie decide guardar los pergaminos en una bolsa de cuero donde carga comida para las largas misiones. Se viste rápidamente, se pone la bolsa de manera terciada y sale agachada para no ser vista por el enemigo hasta ahora desconocido.

El barro le impide moverse de manera ágil, pero le sirve para camuflarse. Un sonido metálico se acerca en crescendo. Un olor metálico también, el hierro de la sangre y el de las espadas se funden en medio del fuego. Los perros ladran, las ratas corren por doquier. Los hermanos gritan. Los queridos hermanos. Maisie se dirige al establo y saca a Dearg que la mira con terror.

Se sube a su corcel y huyen por un corredor oscuro que nadie utiliza. ¡Arre, arre! le grita a Dearg, que acelera la velocidad al máximo de su corazón; a los dos se les va a salir del pecho, sienten punzadas, pero no miran atrás. ¡In nomine domini! ¡ad vincula! “No entres dócilmente en esta buena noche, arde y delira al final de la luz, porque eres el rayo que bifurca la tierra” …susurró el viento a nuestra heroína.

El Papa Clemente V, francés también, en un comienzo se mostró en oposición a la guerra que Felipe IV pretendía contra los Templarios, pues los necesitaba para sus propias guerras, sus propios intereses, su propia codicia, pero una espada se atravesó en esa empresa, la del último gran maestre, Jacques de Molay, esa empresa era la de fusionar todas las órdenes militares bajo un único rey soltero o viudo.

Felipe IV publicó un manifiesto donde involucraba al Papa en la decisión para aplacar un poco los ánimos, pues lo que había hecho era totalmente irregular. Cuando el Papa se enteró de las detenciones reprendió al Rey y realizó movimientos estratégicos para finalmente llegar a un pacto ajustando el proceso, por el que el Rey tuviera la facultad de juzgar a los miembros franceses de la Orden del Temple y administrar la mayoría de sus bienes.

Como era la costumbre de la Inquisición, la tortura era uno de los métodos más utilizados para hacer confesar a los acusados de lo que se quería que confesaran…y fue así como el Rey y el Papa obtuvieron las confesiones que deseaban de los Templarios, sin embargo, estos hombres acostumbrados a códigos de honor y la valentía como mérito, posteriormente revocaron esas confesiones.

Mientras se surtía el juicio contra el Gran Maestre y el futuro de la Orden, los Templarios fueron pasando uno a uno por la hoguera en medio de un sinfín de irregularidades y la desconfianza del pueblo.

Es así como en 1314, Jacques de Molay, junto con otros tres maestres fueron condenados a cadena perpetua, gracias a la intervención del Papa y de importantes nobles europeos. Pero la cobardía no corría por las venas de los Templarios, entonces delante de Notre-Dame, los máximos representantes de la orden renegaron de sus confesiones: “¡Somos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!”. Esto les dio como resultado la condena a muerte.

Ese mismo fatídico día, ese viernes 13, mientras Maisie huía en su corcel, a lomo de corazón, se alzó una enorme columna de fuego en un islote del Sena, la Isla de la Cité, donde los cuatro máximos líderes de la Orden del Temple fueron llevados a la hoguera.

Antes de ser consumido por las llamas, Jacques de Molay se dirigió a los hombres que habían maquinado la persecución y caída de los Templarios y sentenció: “Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad”. Antes de un año, Felipe IV y Clemente V fallecieron.

El centauro galopaba bordeando el Sena, a la velocidad frenética que tenemos cuando soñamos, en donde vivimos un año en un minuto, o una vida en dos. La barbarie ha quedado atrás.

Maisie llega a un borde del Sena, en la espesura del bosque surge un claro donde se encuentra con ocho hermanos que también lograron escapar. Los nueve huyen al norte. Nueve animales mitológicos destinados para nacer en medio de la fatalidad. Los pergaminos de Maisie están intactos, con las indicaciones exactas para llegar al lugar sagrado, donde está el arcano de los Templarios. Nace la leyenda con nueve queridos hermanos.

SILENCIO Y EN LOGIA




Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.

En sentido estricto, el silencio es la ausencia total de sonido, por lo tanto, sin sonido no existiría el silencio, sin silencio no existiría el secreto y sin secreto no existiríamos los masones, por lo tanto, los masones somos sonido puro e invisible, como la materia oscura.

El silencio es creación, porque a partir del silencio, a partir de la nada, es que nace el verbo, que siempre será hacedor, y en la masonería está ligado principalmente al secreto, porque los masones tenemos un tesoro que protegemos con nuestra sangre. Nuestra esencia es el secreto.

El silencio nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, que casi siempre nos dejamos de lado, distraídos de nuestro ser, de nuestra luz y como consecuencia de esto, los seres humanos nos encontramos en permanente búsqueda de un tesoro, representado en cosas la mayor parte del tiempo, y que pesar, porque como dijo Borges, “es muy triste amar las cosas, porque las cosas no saben que uno existe”, pero que le vamos a hacer, si así somos los inmortales. Y en la búsqueda de ese tesoro, es cuando aparece el secreto. Casi nadie sabe cual es el tesoro que buscamos, algunos, los mas cercanos lo saben o lo sospechan, pero solo nosotros, allá en nuestras vísceras, sabemos que es lo que añoramos, lo que deseamos lo que soñamos, The Most, porque es nuestro secreto.   

En un comienzo el secreto surgió porque era preciso que los constructores de las grandes catedrales guardaran con especial recelo las instrucciones de cómo se levantaban estos grandes monumentos al poder humano. Construir una gran catedral no era un tema menor, era representar el poder y la magnificencia de Dios en la tierra y por supuesto, del grandioso rey que quería hacerle el honor al hacedor de hacedores.

La hoja de papel antiguo con los cálculos exactos de cómo debía armarse semejante estructura, era todo un tesoro que debía ser resguardado del avivato que pudiera robárselo y hacerlo realidad. Es por consiguiente cuando el secreto se comienza a asociar con tesoro, como cuando sientes esa presión en el pecho cada vez que piensas en el amor representado en esa sonrisa que no amaneció a tu lado, es entonces un tesoro que está lejos, pero te pesa, porque lo llevas cargado como una esmeralda, delicada, única y secreta, todo el tiempo.

Es entonces como encontramos que el origen del silencio masónico no es tan romántico como creemos, o mejor, como queremos creer. Todo inició como comienzan las grandes obras profanas: “toca ganarse ese contrato”.

Pues bien, transcurría el año 1666 y un gran incendio destruyó Londres casi por completo: “Según datos oficiales, la conflagración destruyó en cuatro días con sus noches 13.200 casas, 87 iglesias, 44 casas gremiales, la Casa de Aduanas, la Catedral de San Pablo, el ayuntamiento de Londres, el palacio correccional del centro medieval y otras prisiones, cuatro puentes sobre los ríos Támesis y Fleet y tres puertas de la ciudad. Dejó a unas 80.000 personas sin hogar y la cifra de muertos se calcula en varios cientos.”  Y sumado a esta tragedia, vendría la gran peste que azotó a Londres un año antes y que dejó entre 70.000 y 100.000 muertos de los 450.000 habitantes que tenía la ciudad.

Estamos entonces presenciando no solo una tragedia a gran escala sino una oportunidad económica monumental para el gremio de constructores de la época, o más bien, de cualquier época.  

Había que ponerse de acuerdo para ganarse los contratos y comenzar a ejecutar las obras que le darían trabajo y fortuna a muchos obreros y maestros. Es por esto que en 1717 cuatro logias de Londres se reunieron en la Taberna la Oca y la Parrilla (también se reunían en la Taberna la Corona y la de la Manzana) para ponerse de acuerdo en cómo se iban a organizar y crear un frente común, un cártel de la construcción y ganarse todo. ¿Muy profano este inicio? Por supuesto que sí, y es que en esa época los masones aun no levitaban como los hacemos ahora, en esa época lo que querían era trabajar. Fue así como el 24 de junio de ese año se unieron para crear la Gran Logia de Londres y Westminster. Mas adelante James Anderson le pondría el toque mágico.

Pues bien, ante semejante misión, como es la de crear un cártel de la construcción, los obreros debían guardar su gran secreto y sus pequeños secretos asociados, como planos, planchas, cálculos, medidas, técnicas, herramientas, métodos, etc., etc. y para esto había que crear una forma de comunicación secreta que nadie entendiera, solo ellos. Fue entonces como nacieron palabras secretas, toques y símbolos, como los que usan los jugadores de beisbol, para poder comunicarse con sus compañeros justo frente a sus rivales, sin que tengan la menor idea de que están diciendo; fue así como el silencio se volvió el rey, porque la única manera de proteger el secreto es estando mudo.

Como una cláusula de confidencialidad de un contrato suscrito entre dos partes, había que jurar no decir nada al respecto, para poder asegurar la adjudicación de la obra. No fue más. El gremio de la construcción tenía un plan y el ambiente era el propicio para esto, pues si los gremios hoy día hicieran eso, estarían incurriendo en un delito, mas o menos de competencia desleal o colusión en contratación pública. Si bien el silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría, en este caso el silencio fue una manera de salvaguardar un negocio.

Pero eso estaba bien, fue la manera como comenzó a reconstruirse una gran ciudad asediada por la destrucción y la peste, en una época donde no existían muchas formas de hacer las cosas, sino que se estaba aprendiendo a hacerlas.

Con el pasar de los años, el silencio operativo se convirtió en silencio especulativo, en donde se le indica al aprendiz que debe guardar silencio, pues es de esta forma en que podrá absorber toda la información necesaria para su crecimiento personal, para la debida construcción de su templo interior, que de manera paulatina irá creciendo como crecen los cimientos de la obra, como suben las columnas y se alzan al cielo, como se ensanchan las paredes y se expanden las ventanas de las grandes catedrales góticas de la tierra media.

El silencio es una de las herramientas más eficientes para lograr la calma interior. El desbaste de la piedra bruta, su pulimiento paciente, continuo, regular, solo es posible en el silencio. Cuando uno pasa por una obra, el obrero está concentrado en su tarea en silencio, como lo hace el aprendiz con sus herramientas. El carácter se moldea con la interacción con el otro, pero se pule en el silencio con el uno.

El silencio da paciencia, calma y ayuda a escucharnos a nosotros mismos, entendernos para poder pulir las aristas, las palabras y los pensamientos, pero el silencio también nos sirve para escuchar al otro, de manera reflexiva, no como un silencio desinteresado u obligado, sino como un método activo de absorción de conocimiento.

El silencio en masonería está presente en todas las actividades de nuestros sicodramas, desde el momento mismo de la iniciación, en nuestras reuniones, en nuestros rituales, porque es la manera más eficiente de interiorizar todas las enseñanzas, las simbologías, las alegorías, y demás métodos que utilizamos, de manera eficaz. El silencio nos hace sabios y nos hace dioses, pues somos amos de lo que callamos y esclavos de lo que decimos.

El silencio también es una obligación para los masones pues es nuestro deber guardar el secreto de todo lo que decimos, oímos y hacemos y aunque hoy día es muy difícil guardar un secreto, podemos decir que ya no somos una sociedad secreta, y solo rara vez es discreta, para evitar la indiscreción de los muggles.

El silencio es transparente, aéreo, etéreo y maleable, y es por esto que una de las formas del silencio más hermosas y misteriosas es la de las miradas. Con los ojos puedes decir mas que con las palabras. Con los ojos puedes decir te amo.

Para Pitágoras de Samos, el silencio era determinante en el rendimiento de los alumnos de su escuela. Después de su viaje por Egipto, Pitágoras se instaló en Crotona, al sur de Italia y fundó su escuela de filosofía que rápidamente se volvió famosa, pues la mística que Pitágoras le imprimía al desarrollo de sus clases hizo que cada vez más alumnos se inscribieran, pero Pitágoras no solo era maestro, sino también político, y utilizó sus influencias con fines proselitistas que lo llevaron a gobernar la ciudad más adelante, estableciendo un gobierno teocrático donde reclutaba a los jóvenes mas fieles a sus enseñanzas para influenciar, conspirar y decidir sobre los temas mas importantes de la ciudad.

La escuela pitagórica representó un vuelco total a la manera como en el mundo antiguo se enseñaban las cosas: en un principio el conocimiento se transmitía de maestro a discípulo, uno a uno, pero Pitágoras implementó la enseñanza de otra manera, un maestro y varios discípulos, donde no necesariamente había una relación de amistad, pero si de mucho respeto y fidelidad.

En la primera fase de la escuela pitagórica, es decir en la de la iniciación, se encontraban dos niveles básicos: el de los acusmáticos y el de los mathemáticos.

 

Los acusmáticos eran los que escuchaban. Este era el nivel iniciático más bajo y en él únicamente se impartían enseñanzas con contenido ético y moral de conducta. Era la doctrina pitagórica, la religión pitagórica. En este nivel los alumnos solo podían escuchar, no estaba permitido hablar, tampoco podían enseñar lo aprendido y no tenían acceso a los niveles superiores de conocimiento.

 

Entre los alumnos acusmáticos que demostraran mayor capacidad intelectual, se escogía a los mejores, los más talentosos, para instruírseles en áreas cosmológicas, filosóficas y matemáticas de la escuela. Es decir, pasaban a ser parte de los mathemáticos. Se formaba entonces un grupo de personas que conformaban una elite dirigente filosófica, matemática y política y, como es usual, con el tiempo esto solo generó frustraciones y fuertes tensiones entre los acusmáticos relegados.

 

Pues bien, para Pitágoras el silencio era fundamental en el proceso de instrucción de sus iniciados. No solo lo veía como un instrumento, sino que el silencio en si era para Pitágoras la educación misma, que hacía surgir al verdadero individuo, lejos de las banalidades, las soberbias y hasta las desventuras.

En la primera fase de iniciación en la escuela pitagórica, los alumnos debían estar en silencio durante cinco años. Esta etapa se llamaba Acoustici y era obligatoria. Los recién iniciados que mostraran calma, que fueran reflexivos y absorbieran la información de manera natural, podían pasar menos tiempo, incluso dos años, pero eso sí, en absoluto silencio.

Durante el Acoustici, los alumnos no podían ver al maestro, sino que estaban detrás de una tela o cortina en la mayoría de los casos, solo escuchando a su maestro. Por eso se les decía los acusmáticos, que son los que oyen, pero no ven, y debían guardar el secreto de todo lo que escuchaban, y era fuertemente castigada la indiscreción.

Una vez se lograba superar esta etapa de silencio absoluto, se pasaba a recibir instrucción en geometría y aritmética y ya no había marcha atrás. Una vez iniciado, serás siempre alumno de la escuela pitagórica, así como una vez iniciado en los augustos misterios de la masonería, serás siempre masón. No hay manera de desiniciarte.

Por respeto también hacemos silencio, como cuando en semana santa, el viernes santo, mi abuelita María Antonieta me pedía que no hablara, no hiciera ruidos fuertes, mucho menos pusiera música, porque el verbo había muerto.

Gracias al silencio podemos expresar sentimientos de manera mas poderosa que con las palabras mismas, pues muchas veces las palabras son innecesarias y solo pueden causar dolor, irrumpen en el espacio, se estrellan en el oído, en el corazón y en el hígado, mientras que una mirada puede transmitir las mas sublimes emociones. Un parpadeo rápido transmite estrés, una mirada fija tensión y la pasión se vuelve evidente entre la mirada de los enamorados, porque ellos saben leer en sus silencios, porque se gustan cuando callan porque están como ausentes, porque cuando uno quiere hablar, lo mejor es quedarse mudo, para que ese silencio sea un escudo y una perfecta espada.

Es mi palabra.