DIVINA FRATERNITAS
Ponencia leída en el Coloquio: “La modernidad de los principios de la Francmasonería” en el marco de la Asamblea General y Coloquio de CLIPSAS No. 64, realizados del 28 de mayo al 1 de junio de 2025 en Bucarest, Rumania.
Por
Margarita Rojas Blanco M.·. M.·.
Gran Logia Central de Colombia - G.·.L.·.C.·.C.·. R.·. L.·. Spica No.18. Oriente de Bogotá.
Era el año 1307 y en Europa pasaban
cosas. Las tierras que hoy forman Rumania estaban divididas entre varias
entidades políticas medievales: los príncipes de Valaquia y de Moldavia
gobernaban con poder absoluto, cualquier miembro masculino de las familias
reales podía ser elegido príncipe, lo que provocaba permanentes luchas internas,
los poderes vecinos intervenían en el país a gusto y el Imperio otomano se
expandía hasta el Danubio. Los rumanos perdieron gradualmente sus Estados y su
nobleza se fue disolviendo, adoptando idioma y cultura ajenos. Los que
quisieron mantener su identidad tuvieron que renunciar a su condición de
nobles, o marcharse allende los Cárpatos con sus vasallos. Siglos después, su
independencia del Imperio otomano fue declarada el 9 de mayo de 1877
y reconocida internacionalmente al año siguiente. Posteriormente en
1881, Carlos I de Rumania se coronó, formando el Reino de
Rumania. La fraternidad cabalgó airosa, junto con los hermanos rumanos de los
cuales ustedes descienden, queridos hermanos y queridas hermanas anfitriones de
la Gran Logia Femenina de Rumania y de la Gran Logia Unida de Rumania.
En Francia también pasaban cosas en
1307. El Papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe IV,
ordenaron la detención de Jacques de Molay y de los demás caballeros de la
Orden del Temple, bajo la acusación de herejía, sodomía, adoración a ídolos
paganos y sacrilegio a la cruz. Molay declaró y reconoció, bajo tortura, los
cargos que le habían sido impuestos; aunque con posterioridad se retractó, y
por ello en 1314 fue quemado vivo en la hoguera, a unos 700 metros de la
Catedral de Notre-Dame, donde nuevamente volvió a retractarse, en forma
pública, de todas las acusaciones de las que se había visto obligado a admitir,
proclamando la inocencia de la Orden y, según la leyenda, maldiciendo a los
culpables de la conspiración: “Clemente, y tú también Felipe, traidores a la
palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti,
Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...
En el plazo de un año, dicha supuesta
maldición se cumplióː primero con la muerte de Clemente V, el 20 de
abril de 1314, luego con el fallecimiento de Felipe IV el 29 de noviembre de
1314. De aquí surgió la leyenda del viernes 13, día en que inició la
persecución a los templarios por toda Europa, un viernes 13 de octubre de 1307.
Al margen de partidarios y detractores, lo cierto es que la férrea fraternidad
que unía a Jacques de Molay con sus compañeros, los llevaron a la eternidad.
Ignoro si la palabra fraternidad tiene un lugar visible en el firmamento de las ideas eternas, pero sospecho que pertenece a esas nociones tan antiguas como el asombro y tan necesarias como el pan. La historia, ese sueño compartido que llamamos pasado, ha dado incontables nombres a la fraternidad: ágape, caridad, amor al prójimo, solidaridad. Cada civilización la ha entonado como si fuera suya, y cada generación la ha olvidado, como si el olvido fuese su deber.
Pienso en los estoicos, que creían que
todos los humanos, no importa su estirpe, su oficio o su dios, eran hijos de
una misma razón cósmica. Pienso en la masonería, que repite en sus templos que
el otro no es un extraño, sino un hermano velado por el misterio.
Entre tanto, mientras los caballeros
templarios huían, del año 1307 al 1314, en las ciudades de Verona, la Toscana,
Rávena y París, Dante Alighieri quien se encontraba desterrado de su ciudad
natal, Florencia, escribía el Purgatorio, la segunda parte de su Commedia, que
no era Divina, pues fue el escritor Giovanni Boccaccio quien le añadió el
adjetivo de "divina", durante la época en la que se le encargó leerla
y comentarla públicamente, por ser un poema que canta a la cristiandad.
Dante fue pues bastante humilde al decir
que su libro se llamaba Comedia, porque de acuerdo con el esquema clásico de la
época, no podía ser una tragedia, ya que su final es feliz. Espero no
haber revelado un dato importante mis queridos hermanos, pues hemos tenido 718
años para leerla.
La Divina Comedia representa la obra más
trascendental de Dante Alighieri y es, sin duda, una de las piezas clave en el
tránsito del pensamiento medieval, centrado en Dios, hacia la visión
renacentista enfocada en el ser humano. Considerada la joya de la literatura
italiana y una de las más grandes obras de la literatura universal, está
impregnada de simbolismos, alegorías y metáforas, con constantes referencias a
personajes históricos y mitológicos. Este estilo narrativo resuena
profundamente con la simbología que nosotros los masones empleamos en nuestra
particular manera de transmitir conocimiento y nuestra narrativa diaria.
La obra se estructura como una gran
poesía construida sobre el simbolismo del número tres, evocando a la Santísima
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, formando el triángulo divino. Sus tres
partes, Infierno, Purgatorio y Paraíso, están compuestas cada una por 33
cantos, a los que se suma un canto introductorio, completando así un total de
100 cantos. Cada uno está escrito en tercetos encadenados en decasílabos, una
forma poética que, según se cree, fue inventada por Dante.
En el primer canto del Infierno, se
describe la visión del viaje personal a través del más allá. El Infierno
dantesco se encuentra dividido en nueve círculos, una estructura inspirada en
el pensamiento aristotélico-tomista.
Antes de entrar a estos círculos, Dante
atraviesa una serie de lugares simbólicos: la Selva oscura, el Coliseo y la
Colina, donde se encuentra desorientado "en medio del camino de nuestra
vida". Detrás de esa colina se halla Jerusalén, y bajo esta ciudad sagrada
se abre la vasta cima del Infierno. A través de la Puerta del Infierno, Dante
ingresa primero al Ante-infierno, cruza el río Aqueronte en la barca de
Caronte, y finalmente accede al Infierno propiamente dicho.
Este Infierno no tiene límites: es un
espacio infinito, que se expande con cada alma que entra, creciendo sin cesar
hasta el fin de los tiempos.
Si bien es cierto, el infierno, el
purgatorio y el paraíso son lugares bastante interesantes para recorrer, poco
se habla del Vestíbulo del Infierno, ese lugar que está justo antes de ingresar
al Infierno, descrito por Dante como un lugar sombrío reservado para aquellas
almas que, en vida, no cometieron ni méritos ni infamias. Son los inútiles, los
indecisos, aquellos que pasaron por el mundo sin dejar huella alguna. Su
castigo es eterno: corren sin descanso, desnudos, acosados por insectos y
avispas que los pican sin cesar. Su sangre y lágrimas, al caer al suelo,
alimentan a repugnantes gusanos que se nutren de su sufrimiento.
Estas almas no tienen siquiera el
consuelo del juicio; están condenadas a permanecer eternamente en ese estado
intermedio, sin poder cruzar el río Aqueronte. No se les permite entrar al
Infierno, porque ni siquiera tuvieron la voluntad de elegir su destino.
Dante menciona a varios personajes
históricos que se encuentran en el Vestíbulo, y se ha sugerido que podría hacer
alusión a personajes como Esaú, Poncio Pilato y, con especial insistencia, al
papa Celestino V, cuya renuncia al papado fue interpretada como un acto de
cobardía o falta de compromiso. Nada en la vida previa de Pietro de Murrone, el
verdadero nombre de Celestino, lo había preparado para asumir el gobierno de la
Iglesia. Muy pronto comprendió que no tenía el control de la situación y que se
encontraba vulnerable ante las influencias de quienes eran más poderosos y
astutos que él. Consciente de su fragilidad en el trono pontificio y del riesgo
de convertirse en una marioneta, tomó una decisión sin precedentes: tras solo
cinco meses y nueve días como papa, renunció voluntariamente al cargo el 13 de
diciembre de 1294. Por escrito dio las siguientes razones: por enfermedad,
por falta de conocimientos y para retornar a su vida de ermitaño, sin
embargo, Dante lo sitúa en el círculo más superficial del Infierno,
el destinado a los tibios que no se ponen a favor de nadie, ni de Dios ni del
Diablo, y se desentienden de todo, como se desentienden algunos masones de la
situación y el estado de cosas que les rodea.
Así como Dante utiliza alegorías para
describir su viaje a ultratumba de la mano de Virgilio y de Beatriz, (de nuevo
el número tres), nosotros los masones hacemos lo propio para describir lo que
significa la fraternidad, porque sí, en ultimas, todo esto que hacemos los
masones, nuestros rituales, nuestros símbolos, nuestras alegorías, los
psicodramas semanales, las ceremonias especiales, todo esto lo hacemos para no pronunciar
la palabra fraternidad y mejor aún, representarla, porque esperamos que con
esto sea lógico que se quede grabada, tallada en nuestros corazones, pero lamentablemente,
la realidad es otra.
El principio fundamental de la masonería
es la fraternidad, independientemente de la logia, la nación, el oriente, el
idioma, la época. La fraternidad es uno de los pilares fundamentales de nuestra
orden y se debe vivir como un principio activo, no solo como una idea
abstracta. No se trata simplemente de un sentimiento de compañerismo, sino de
un vínculo profundo de hermandad que une a todos los masones, más allá de
diferencias de raza, credo, nacionalidad o condición social. Por eso nos
decimos hermanos, hermanas.
El concepto de fraternidad hunde sus
raíces en las antiguas tradiciones filosóficas y religiosas. En la Grecia y
Roma clásicas, fue exaltado por los estoicos como un principio ético
fundamental. Para ellos, la hermandad entre los seres humanos no era solo un
ideal, sino un deber universal, orientado a cultivar la paz social y la armonía
entre todos.
La fraternidad es pues el principio
fundamental de la masonería, en el que hoy más que nunca debemos trabajar
juntos, como equipo. El mundo se encuentra en un momento bisagra con la llegada
de la inteligencia artificial. Estamos frente a la verdadera modernidad, la del
futuro lejano que veíamos venir en el horizonte, y que ya nos alcanzó y nos está
sobrepasando.
Aunque las raíces de nuestra hermandad
son antiguas y simbólicas, sus valores siguen siendo plenamente vigentes en el
mundo actual. Nuestros principios son universales y atemporales, y seguirán
siendo relevantes hasta el fin de los tiempos.
Frente a un mundo individualista,
polarizado y fragmentado, la fraternidad masónica ofrece un modelo de comunidad
basada en la solidaridad, el respeto y el diálogo. Por eso los masones tenemos
el deber de no ser tibios, no ser livianos, dejar de “mantenernos al margen de”
y no ser neutrales ante los acontecimientos que requieren de valentía, de lo
contrario nos iremos al vestíbulo del infierno, deshonroso lugar, ni adentro ni
afuera.
Los masones modernos debemos ser intrépidos,
corajudos, como lo fueron los que nos precedieron en los años 1300, esos
gremios de artesanos juiciosos que nos enseñaron su noble oficio. Los masones
del siglo XXI debemos ser valientes ante las injusticias, no podemos ser indiferentes
ante el dolor del otro, debemos ser feroces con los que destruyen la paz, letales
con los hipócritas, cuidadosos de los ignorantes y audaces con los ambiciosos.
Los masones sobre todo somos hermanos y
hermanas esparcidos por la faz de la tierra, caminando solos, esperando
encontrarnos. Eres mi hermano, no importa tu partido político. Eres mi hermano,
no importa tu idea de dios. Eres mi hermano, no importa tu estatus social. Eres
mi hermano, eres mi hermana, no importa que tu tomes Țuică, bebida nacional
rumana y yo canelazo, bebida típica de mi país, Colombia. Mejor brindemos por
los lazos que nos unen, que universales siempre serán.
Tal vez la fraternidad no sea un hecho,
sino un ideal. Y los ideales, como las formas puras de Platón o el círculo
perfecto, existen no porque sean alcanzables, sino porque nos recuerdan que
somos más que una suma de instintos. La fraternidad, entonces, no es la
certidumbre de que el otro me comprenderá, sino la voluntad de tenderle la
mano, aunque él no lo haga.
Es posible que algún día, en un siglo
que no recordará nuestro nombre, los humanos sean realmente hermanos. Hasta
entonces, nos queda la tarea silenciosa, casi secreta, de actuar como si lo
fuéramos. Y acaso eso baste.
Es mi palabra,